Vivencias de un periodista: Por Mario Augusto Beroes
En la Edición Especial del periódico El Nacional del 4 de febrero de 1992, No. 17.393, se destaca en primera plana, entre otros titulares: “Así salvó su vida. CAP se le fugó a los golpistas por estacionamiento de Miraflores”. Dice que el vicealmirante Marió Ivan Carratú Molina, jefe de la Casa Militar, “tomo al Presidente de un brazo, lo cubrió con un sobretodo y lo condujo a los estacionamientos de la parte trasera”.
Todavía recuerdo a mi mamá entrando a mi cuarto esa madrugada del 4 de febrero, diciéndome que estaban disparándole a La residencia presidencial de La Casona. Minutos antes, un tío, que se encontraba en esa zona, había llamado para darnos la noticia. Aquello dio inicio a una sucesión de hechos que nos mantendrían en vilo por el resto de ese día; día que apenas comenzaba a despuntar.
Como vivíamos cerca del Palacio de Miraflores oíamos los disparos; disparos que se diferenciaban de manera muy clara, de los que estábamos acostumbrados a oír cualquier noche, producto de algún enfrentamiento entre bandas hamponiles. Desde la ventana de mi baño, veía los fogonazos y sentíamos la intensidad del tiroteo, los ruidos de los tanques. No había otra, le estaban dando un golpe de Estado al gobierno de Pérez.
El teléfono no paraba de sonar. Mi tío, preocupado por lo que estaba pasando, amigos y familiares preguntándome qué sabía sobre el pandemonium que se estaba desarrollando. Desde Valencia, Laurentzi Odriozola, director del periódico Noti-Tarde, del cual yo era el Jefe de la corresponsalía en Caracas, me daba instrucciones para que me fuera a la oficina a escribir lo que tenía y sabía.
La intensidad de los disparos era evidente, y se oían ruidos de aviones que sobrevolaban Caracas. De repente, Pérez aparece en televisión; despeinado, desencajado. Hablaba de un grupo de sediciosos que querían “romper el hilo constitucional”. Definitivamente las cosas se complicaban, así que me terminé de vestir y salí a la sede de la Corresponsalía, que quedaba en La Candelaria, cerca de la avenida Urdaneta.
Llegando a la sede de la Corresponsalía, vi un tanque que subía hacia Miraflores y a unos soldados que iban detrás del mismo. No puedo negar que el estómago me recordó el principio de duodenitis de la que sufro. Nunca en mi vida había escrito con tanta rapidez en la computadora. No esperé más y al enviar las notas, decidí ir a Miraflores. Fui el tercer reportero que llegó al Palacio esa madrugada del 4 de febrero.
En los alrededores de la sede de Gobierno, todo era un caos. El miedo se veía en las caras de los soldados, confundidos y sin tener una idea clara del porqué disparaban. Junto a Norberto Maza, corresponsal para ese momento del canal ECO de México, entramos al Palacio. Los balazos habían dejado sus huellas en vidrios, paredes, adornos y ventanas. Una mano ensangrentada sobresalía pisada por una puerta. En el piso algunas identificaciones de funcionarios de seguridad que trabajan en Miraflores y una camioneta ranchera Chevrolet nos daban la bienvenida a la sede del gobierno. Repito, el caos era impresionante.
Momentos después aparece el Presidente Pérez, acompañado del ministro de la Defensa, Ochoa Antich. Hablamos unos minutos con el Jefe del Estado, quien nos ratificó que todo estaba bajo control “del gobierno”, y de inmediato le impartió órdenes a uno de sus edecanes, el para ese momento coronel Hung: “Quiero presos a los cabecillas”. Hizo un comentario sobre los destrozos y siguió a su despacho.
Comenzaban a llegar otros periodistas, Unai Amenabar, que trabajaba en Venevisión; Maria Isabel Párraga de RCTV; Mario Villegas de El Globo; María Victoria Cristancho de Panorama y otros más. Las informaciones eran confusas. Se sabía que el gobernador del estado Zulia, Oswaldo Alvarez Paz, estaba detenido en su residencia por un tal “comandante Arías Cárdenas”. Que en Valencia, la situación no había podido ser controlada, y que el cabecilla de la intentona golpista era un teniente coronel de apellidos Chávez Frías, que se había atrincherado en la sede del Museo Militar en La Planicie.
A medida que pasaban las horas y comenzaba a despuntar el sol, las noticias también se hacían más claras y evidentes. La base aérea de La Carlota había sido recuperada. Álvarez Paz volvía a recuperar el gobierno en el Zulia. Los destrozos en Miraflores y en las zonas aledañas eran muy visibles. Las huellas del tanque en las escaleras rotas en la sede del Palacio Blanco, al frente del de Miraflores; un camión pequeño de transporte de tropas cañoneado en la esquina de Bolero y muchos casquillos y balas regadas en plena calle eran fotografiadas y grabadas por los diversos medios de comunicación. En eso llegó la noticia: El teniente coronel Chávez Frías se había rendido; el intento de golpe había fracasado.
Ya cerca de las 4:00 pm, abandoné Miraflores. El “tocayo” Mario Villegas me acompañaba. caminábamos por la avenida Urdaneta e íbamos escribir los últimos detalles del día más triste en la historia contemporánea del país. Por eso nunca entenderé qué es lo que hay que celebrar.