Escribir de la pobreza porque se
vive, se sufre y se duerme con ella, es
algo que duele muy hondo. Como periodista, hace muchos años iba a hablar con
los más pobres de Caracas, capital de Venezuela y lloraba sus inmensas
carencias como si fuesen mías. En el 2017, hablo de la pobreza en primera
persona, porque ya tengo 4 años al igual que millones de venezolanos, que de
repente nos llegó cada amanecer o la
noche sin saber que podemos comer: No tenemos casi nada en la nevera, nada en
la alacena. No hay nada que comer para burlar el hambre y no irnos a la cama
con el estómago vacío.
En cada nuevo día y al irme a
dormir, le ruego a Dios no enfermarme de nada en esta
pobreza tan grande y de mil carencias, que jamás ni en mis peores pesadillas
llegué imaginar que podía vivir en primera persona. Esta pobreza horrible, incluye no tener acceso
hasta las medicinas más básicas que en los demás países de América Latina y del
Caribe SI HAY, pero en Venezuela NO HAY.
En este instante que escribo
estas líneas, tengo un fuerte quebranto por gripe y no tengo la posibilidad de conseguir
en ninguna farmacia un antigripal con dos antialérgicos para poder respirar sin
dificultad, ni de hacer inhalaciones de mentol VicVaporub, porque no existe
tampoco en Venezuela. No tengo mis pastillas para dormir, que desde hace varios
años las he necesitado porque tengo el mal del insomnio: Debo pasar largas
noche en vela y dormir apenas un rato vencida por el cansancio cuando apenas empieza
a esconderse la noche.
En otros tiempos, escribía como
periodista en tercera persona de los más pobres. Iba a los barrios con ranchos de latón o de cemento sin frisar donde
la pobreza me golpeaba. Mujeres muy jóvenes y con padres distintos que tenían varios
niños a cuestas, sin un oficio o profesión. Hoy en Venezuela, la mayoría somos
muy pobres, los que NO estudiaron y los que SI lo hicimos para tener una mejor
vida y con calidad.
Hoy en mi país la pobreza me tomó
de sorpresa como rehén. Mi ingreso mensual como profesional universitaria
jubilada, egresada de la primera Casa de Estudios del país como lo es la Universidad
Central de Venezuela, es de apenas de 16 dólares al mes, es decir que en mi
hogar debemos alimentarnos con 0,50 de dólar por día.
Por vivir en una zona popular de
Caracas, como lo es la Parroquia El Valle y porque en mi comunidad existe un
Consejo Comunal, desde hace 8 meses tengo acceso a la compra de una bolsa de
alimentos que el Gobierno distribuye bajo la denominación de los CLAP (Comité
Locales de Abastecimiento Popular) que tiene productos de precios regulados,
que no existen en el mercado. Esta bolsa que venden cada 40 días, tiene 1 litro
de aceite, 2 kilos de arroz, 2 kilos de harina para hacer arepa, 2 bolsitas de
leche en polvo, 1 kilo de azúcar, 1 kilo de pasta corta y 2 laticas pequeñas de
atún.
La pobreza se respira, se siente
y se duerme en Venezuela de manera dramática. Todos los venezolanos estamos
perdiendo peso de manera notoria. Los rostros demacrados de miles y miles de
venezolanos caminan por las calles rotas, y de noche se asoman con miedo por
las ventanas para observar su entorno sin nada de luz.
No necesito desde mi vivencia
como periodista y ciudadana de a pié, leer ningún reporte socio-económico que
me indique el nivel descomunal de la inflación que cada día nos empobrece más o
que me señalen las cifras en rojo del PIB de mi país. No necesito saber cuál es
el nivel de desnutrición de nuestros niños, adultos y ancianos, porque
convivimos muy cerca con esta tragedia.
La erradicación de la terrible
pobreza que tenemos HOY en Venezuela, requiere antes que nada exterminar el
flagelo de la corrupción escandalosa que está
expandiéndose como un cáncer terminal en todos los espacios
gubernamentales y también en otros niveles de la sociedad del país. Erradicar
la pobreza es incentivar la producción en los fértiles campos venezolanos, que hoy están abandonados. Es
sincerar el Gasto Público. Es unificar el valor de nuestra moneda con respecto
al dólar. Es re-estructurar la Deuda Pública. Es promover la economía del
sector privado. Es dejar que los que más saben en cada área, estén en donde les
corresponde. Es simplificar al mínimo la burocracia. Es descentralizar el poder
y que no esté solo bajo el puño de un Estado todopoderoso que todo lo controla. Necesitamos un Estado
transparente en sus cuentas y cómo gasta el dinero.
En América Latina y en el Caribe, Venezuela en estos momentos es el peor país para nacer, para envejecer y para morir.