Por Jesús Seguías (Periodista)
Email: seguias1@gmail.com
Presidente de la República Bolivariana de Venezuela: Hugo Chávez Frías
Muchos seguidores del actual presidente aun hacen esfuerzos en creer, ante tantas equivocaciones gubernamentales, que al Presidente Chávez lo tienen engañado sus ministros y demás funcionarios, porque “no puede ser que el líder cometa errores”.
Por supuesto, así son los enamoramientos políticos. A muchos les cuesta asumir que el “líder” sí puede equivocarse. Pero los tiempos son el más inclemente escrutador de todas las gestiones de gobierno.
Antes costaba mucho reconocer un error. Las críticas y advertencias opositoras eran vistas como intentos “magnicidas” o “conspiraciones pitiyanquis” para tumbar a Chávez (la arrogancia y la alergia a las críticas tiene un costo mortal para todos los gobiernos: se enteran del desastre cuando ya es tarde).
Pero ahora, cuando la podredumbre está reventando la fosa, y ya nadie puede ocultar el desastre, entonces comienza una natural justificación. Es la autocomplacencia reactiva a la que solemos apelar para dejar tranquila nuestra conciencia, y de no sentirnos corresponsables de un mayúsculo desastre gubernamental. La vía más fácil es echarles la culpa a otros, porque hay que preservar “al líder”. Así actúan muchos chavistas, y así actúa también el propio presidente Chávez.
Ciertamente, hay una combinación de varias cosas en todo esto. Por un lado, Hugo Chávez sí es engañado (especialmente porque nadie quiere contradecir al “líder” y mucho menos decirle que sus órdenes son generalmente ridículas e irrealizables), pero por otro lado él es el responsable directo de lo que está ocurriendo. Nada podrá liberarlo de la responsabilidad directa y mayor del desastre gubernamental.
Nunca he creído en el cuento de que el jefe es bueno, y que los malos son los asesores. Cada quien busca los asesores que quiere y que merece, especialmente alguien que ha llegado a ocupar un cargo tan relevante como la presidencia de todo un país. Nunca he visto a u mediocre rodearse de gente competente, y cuando descubre que alguien lo es, y que comienza a destacar demasiado pudiendo hacer sombra al “líder”, inmediatamente es desechado (¿dónde está José Gregorio Vielma Mora, uno de los más efectivos funcionarios que ha tenido este gobierno?).
Hugo Chávez, el que cree que se las sabe todas, ya definió el perfil de sus ministros: deben ser “muchachos de mandado” a quien pueda darles órdenes como se las daba a los cabos o sargentos, acepten ser humillados en público, y asuman la responsabilidad de todos los errores del “líder”.
Lo de Diosdado Cabello ya da pena ajena. La verdad es que cualquiera revolucionario honesto hubiese puesto la renuncia hace tiempo. Es asunto de dignidad humana.
Pero Diosdado permanece allí como si nada ¿por qué? ¿Qué factores le obligan a aferrarse a la cuota de poder que tiene? El propio Chávez ha insinuado unas cuantas. Y a estas alturas del juego maquiavélico no queda la menor duda de que Chávez mantiene en el poder a Diosdado Cabello (unos de los protagonistas del chavismo sin Chávez) para triturarlo, para descalificarlo, para hacer el “trabajo sucio” (como cerrar a Globovisión) y sacarlo del escenario político completamente achicharrado.
Siempre he desconfiado de los adulantes, porque no son sinceros, son interesados, y casi siempre traicionan. Pero eso le gusta a él. La frase que hace más feliz a sus oídos y a su alma inquieta es: “Ordene mi comandante”.
Y la verdad final es que Hugo Chávez es el que se traiciona a sí mismo como gobernante. En realidad, él no gobierna. El gobierno está en manos de sopotocientos intereses creados que tienen su propia agenda y que lo están devorando (y chuleando también).
No tengo la más mínima duda de que Chávez es el comandante del reventón gubernamental. Nada podrá liberarlo de la responsabilidad mayor y directa del desastre. Él ha querido todo el poder para él, pues entonces que asuma las consecuencias de todo lo bueno y lo malo que de ese poder se desprenda. Fue su decisión. La más triste decisión para un gobernante.
Diez años después, aun él no ha asumido el gobierno. Él está distraído en superar algunos asuntos personales, como sentirse importante en los predios internacionales, por ejemplo. Venezuela le quedó chiquita al “redentor de la humanidad”.
Antes costaba mucho reconocer un error. Las críticas y advertencias opositoras eran vistas como intentos “magnicidas” o “conspiraciones pitiyanquis” para tumbar a Chávez (la arrogancia y la alergia a las críticas tiene un costo mortal para todos los gobiernos: se enteran del desastre cuando ya es tarde).
Pero ahora, cuando la podredumbre está reventando la fosa, y ya nadie puede ocultar el desastre, entonces comienza una natural justificación. Es la autocomplacencia reactiva a la que solemos apelar para dejar tranquila nuestra conciencia, y de no sentirnos corresponsables de un mayúsculo desastre gubernamental. La vía más fácil es echarles la culpa a otros, porque hay que preservar “al líder”. Así actúan muchos chavistas, y así actúa también el propio presidente Chávez.
Ciertamente, hay una combinación de varias cosas en todo esto. Por un lado, Hugo Chávez sí es engañado (especialmente porque nadie quiere contradecir al “líder” y mucho menos decirle que sus órdenes son generalmente ridículas e irrealizables), pero por otro lado él es el responsable directo de lo que está ocurriendo. Nada podrá liberarlo de la responsabilidad directa y mayor del desastre gubernamental.
Nunca he creído en el cuento de que el jefe es bueno, y que los malos son los asesores. Cada quien busca los asesores que quiere y que merece, especialmente alguien que ha llegado a ocupar un cargo tan relevante como la presidencia de todo un país. Nunca he visto a u mediocre rodearse de gente competente, y cuando descubre que alguien lo es, y que comienza a destacar demasiado pudiendo hacer sombra al “líder”, inmediatamente es desechado (¿dónde está José Gregorio Vielma Mora, uno de los más efectivos funcionarios que ha tenido este gobierno?).
Hugo Chávez, el que cree que se las sabe todas, ya definió el perfil de sus ministros: deben ser “muchachos de mandado” a quien pueda darles órdenes como se las daba a los cabos o sargentos, acepten ser humillados en público, y asuman la responsabilidad de todos los errores del “líder”.
Lo de Diosdado Cabello ya da pena ajena. La verdad es que cualquiera revolucionario honesto hubiese puesto la renuncia hace tiempo. Es asunto de dignidad humana.
Pero Diosdado permanece allí como si nada ¿por qué? ¿Qué factores le obligan a aferrarse a la cuota de poder que tiene? El propio Chávez ha insinuado unas cuantas. Y a estas alturas del juego maquiavélico no queda la menor duda de que Chávez mantiene en el poder a Diosdado Cabello (unos de los protagonistas del chavismo sin Chávez) para triturarlo, para descalificarlo, para hacer el “trabajo sucio” (como cerrar a Globovisión) y sacarlo del escenario político completamente achicharrado.
Siempre he desconfiado de los adulantes, porque no son sinceros, son interesados, y casi siempre traicionan. Pero eso le gusta a él. La frase que hace más feliz a sus oídos y a su alma inquieta es: “Ordene mi comandante”.
Y la verdad final es que Hugo Chávez es el que se traiciona a sí mismo como gobernante. En realidad, él no gobierna. El gobierno está en manos de sopotocientos intereses creados que tienen su propia agenda y que lo están devorando (y chuleando también).
No tengo la más mínima duda de que Chávez es el comandante del reventón gubernamental. Nada podrá liberarlo de la responsabilidad mayor y directa del desastre. Él ha querido todo el poder para él, pues entonces que asuma las consecuencias de todo lo bueno y lo malo que de ese poder se desprenda. Fue su decisión. La más triste decisión para un gobernante.
Diez años después, aun él no ha asumido el gobierno. Él está distraído en superar algunos asuntos personales, como sentirse importante en los predios internacionales, por ejemplo. Venezuela le quedó chiquita al “redentor de la humanidad”.
Asuntos tan “menudos” como la seguridad ciudadana, la electricidad, el agua potable, la educación, la salud, la vialidad (competencias directas del Presidente de la República) no son asuntos que le atañen a él ni a nadie. El cuento final es que las menudencias lo están desmontando del poder, y de manera irreversible.